jueves, 8 de septiembre de 2011

Uno propone... y el callejón dispone

Yo me acuso: soy profesor y trabajo sólo por dinero.
Esta declaración tajante, sin ambiguedad de ningún tipo, quizás levante (eso espero) polémica entre las personas que a veces transitan este callejón.
Un inciso: gracias Jero por el deseo, expresado en tu comentario a la entrada sobre Bosco Pelayo, de que la callejuela se convierta en barrio, sé que no sucederá, me conformo con que sea diverso y rojo, conflictivo. Igual un día nos reunimos unos cuantos y montamos una barricada de  neuronas subversivas (sí Manolo, cuento contigo aunque seas de rancio abolengo). Esto de las neuronas subversivas me ha traído a la memoria una historia que no me resisto a contarles.
Cuando estaba en 5º de Geografía e Historia una compañera, Amparo (recuerdo sus apellidos pero hace mucho que no la veo y no sé si le apetece ser citada aquí con su nombre completo), y  el que les escribe, hicimos un trabajo sobre la oposición política al Franquismo en la isla de Gran Canaria en el periodo 1959-1979. El trabajo se basó en entrevistas orales a diferentes personas que según nuestro criterio habían tenido una actividad destacada en la lucha antifranquista, lo que les costó en varios casos años de cárcel. Me viene a la mente, siempre entrañable, la figura de Germán Pírez, dirigente comunista con una vida casi de película ( campeón de Canarias de ajedrez, luchó en el ejercito republicano, se exilió en Francia, volvió a Canarias y pasó, durante la dictadura, en varias ocasiones por la cárcel) que por encima de todas las cosas, aunque lo conocí muy poco, me pareció, en el sentido machadiano, "un hombre bueno". Otro de los entrevistados fue Fernando Sagaseta, en aquella época diputado de la Unión del Pueblo Canario (la UPC), esa coalición que en su momento puso los pelos de punta a la derecha canaria y que sucumbió fruto del acoso mediático y de sus, mal endémico de la izquierda, disensiones internas. La anécdota sobre las neuronas subversivas que quería contarles proviene de que en una de las 2 ó 3 entrevistas (la memoria falla, el trabajo lo hicimos en el curso 80-81), que le hicimos a Fernando, nos refirió lo sucedido cuando se votó un suplicatorio (para enjuiciar a un diputado el Congreso tiene que dar su consentimiento mediante votación), que pretendía procesarlo por unas declaraciones que había hecho por los desmanes de la legión en Fuerteventura. Éste fue rechazado con los votos de la izquierda (era su deber) y, para sorpresa de muchos, de bastantes diputados del centroderecha. Al acabar la votación se acercó a él Antonio de Senillosa, diputado independiente en el seno de Coalición Democrática (nucleada alrededor de Alianza Popular, partido progenitor del PP) y al que Fernando nos definió, casi recuerdo sus palabras textuales como: "progresista en lo cultural mientras no le toques su status de rico". Le dijo: "Fernando, vamos a formar el grupo de los no chorizos". Senillosa no acusaba a nadie de chorizo en el sentido de ladrón, hablaba de chorizos o mendrugos intelectuales, de gente que podría cantar repetidamente, sin cansarse, aquello de: "vamos a seguir al líder, al líder, vamos a seguir al líder" (en la noche este ritmillo hizo furor hace varios años).
Esta anécdota sucedida hace 30 años adquiere hoy plena actualidad en el Congreso de los Diputados. Se necesitan 35 no chorizos (un 10% de los diputados), en el sentido senillosiano, para que se les consulte en referéndum a los pueblos que conforman el estado español si quieren que en la actual constitución se introduzca un articulo, aprobado por vía urgente en el Congreso y el Senado, que prioriza, textualmente, el pago de la deuda por encima de las necesidades básicas de la gente.
Se necesitan 35 personas (creo que hay 15 días de plazo) a las que las neuronas se les subleven y formen una barricada a la indignidad.
Disculpen, pero al final el inciso degeneró y con gran voracidad se ha tragado todo el artículo. Pensé en suprimir la primera frase, como decía al inicio, tajante, cuya defensa no he desarrollado en el artículo. Pero no, que se quede ahí, a la intemperie, en unos días le doy cobijo.

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