domingo, 21 de septiembre de 2014

Siete coches fúnebres

Y un único cadáver.
A veces lo anecdótico es tan iluminador como lo categórico. O al menos aporta un ángulo complementario, pero de una gran fuerza, incluso, o sobretodo, visual.
Ver ese desfile, esa hilera en fondo decreciente, de coches fúnebres para enterrar a un único hombre, aunque este fuera un "gigante" de las finanzas, me resultó paradójico para un gran predicador de la malentendida austeridad. Probablemente centenares de coronas para "el emperador de la banca", cuya coronación póstuma ofició y editorializó el diario "El País", es la metáfora perfecta de un estado en el que la riqueza de unos pocos ha crecido a la par que la pobreza de amplias capas de la población. 
No tengo intención de detenerme, no obstante, en las aguas pútridas, en la babosería general de los medios, en que para encontrar un análisis crítico sobre el personaje haya que bucear en los entresijos de la red, pues en los mass media han sido escasísimas gotas en el océano del servilismo.
Aunque quizás sólo fuera el inexcusable deber que tiene toda persona de defender sus habichuelas o su caviar y, si se tercia, el chalecito con piscina. En las procelosas aguas de la libertad de prensa el Santander es un  peligroso farallón con participación en Antena 3 o El País. Por no hablar de que las campañas publicitarias o las deudas congeladas o condonadas son eficaces bozales para hipotéticos deslenguados.
Quienes (este quienes es una oligarquía o en el neolenguaje "podémico" una casta) han alabado la política del PP recortando derechos de los más inermes, derrochan en coches fúnebres restregándonos por la cara, mientras no se descubra la fuente de la eterna juventud, que ellos si tienen un mullido lecho de flores donde caerse muertos. 
Este blog, en los albores de su andadura, contó una anécdota sobre un Berlusconi sardónico que, cuando era primer ministro y la oposición lo mandó a casa respondió: "¿A cuál de mis veinte casas me voy?".
Veinte casas, siete coches fúnebres y el olimpo de los paraísos y las ingenierías fiscales. Estos depredadores saben que mucha gente venera sus excesos y los iza a los altares de la santa madre iglesia creadora de riqueza (y expoliadora de los pueblos).
Lastimosamente ya no existe el barroquismo, la pomposidad del tiro de caballos empenachados. Tus siete coches fúnebres tenían una belleza gélida, casi de bancario furgón blindado. Tal vez había que proteger tus coronas de flores, o acaso, cual faraón del Antiguo Egipto, te habrán enterrado con parte de esos mil millones de euros que atesorabas, para que tu tránsito hacia la nada te sea más plácido.
Inexorablemente, el botín te será leve, Emilio.


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