jueves, 2 de octubre de 2014

La comida al fuego o tripitir (un cuento frustrado)

-¿Qué quieren? Tengo la comida al fuego.
Si las miradas matasen, el despacho de la jefa de estudios abriría el telediario.
En el instituto donde trabajo no es demasiado raro que cuando cuando llamas a una madre porque su criatura no está sacando el provecho debido, nos exprese, cuando el vacío no preside su mesa, sus urgencias culinarias, que habitualmente están aderezadas con las especias del cansancio y la incomprensión.
Crucé miradas fugaces con mis compañeras. Somos un trío, a pesar de la veteranía, que se acentúa en quién esto escribe, bastante bien avenido. Aún hay chispa en nuestra "relación". Dentro del marasmo, y a veces una cierta desolación, la sonrisa, y hasta la risa ocasional, no nos han abandonado. Los compañeros, algo incautos, incluso tienen la tentación de compadecernos...
Me empantané. Quedé varado lejos de la orilla.
Lo que antecede pretendía ser el arranque de un pequeño cuento paródico, desde la cotidianidad de un instituto de barrio popular donde el repetidor es un ejemplar habitual, acerca de la noticia que nos desvelaba que un individuo de 16 años, ubicado en la línea sucesoria al trono español, y no en un escalafón muy bajo, iba a ser enviado al extranjero para cursar por tercera vez ese listón insalvable llamado 2º de la ESO. Pensaba, en el delirio del nonato cuento, sugerirle a la madre de mirada asesina y comida en proceso de carbonizarse, que existía la solución, ejemplo real mediante, a la pertinaz remolonería de su vástago. Tras bucear en las procelosas aguas de internet, estábamos en disposición de ofrecerle un ramillete de prestigiosas instituciones educativas diseminadas por el orbe. 
Froilán, un individuo real (doblemente), y Kevin, un individuo ficticio que he conocido por centenares. Sujetos ambos, con capacidades intelectuales similares, pero económicas abismales. Uno deambulará por la vida con la red de los colegios caros y la economía disipada, y el otro, aunque no sea consciente, debe cuidarse mucho de no perder de vista el vacío que lo circunda, ese páramo que, siendo económico, tiene también la fea cara del hastío, del desamor, o para ser más justos, del amor errado.
Este texto nació cambado (el hermoso "torcido" de Canarias).
Como si fuera un niño chico me he enfurruñado porque, a regañadientes, tengo que admitir que las reinas magas no existen, que estoy empecinado en una utopía igualitaria, que los Froilanes y los Kevines viven sus roles con absoluta normalidad, asumiéndolos, mientras yo, extraviado en una obra digna del teatro del absurdo, sigo yendo, con el debido respeto, del brazo del poeta gomero Pedro García Cabrera y la copla que iluminó su vida:

A la mar fui por naranjas,
cosa que la mar no tiene,
metí la mano en el agua,
la esperanza me mantiene.

Lástima, sería un lujazo ver el reinado de Froilán I el tripitidor.

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