domingo, 25 de enero de 2015

1 igual a 99

Según Oxfam en 2016 el 1% de la población mundial (alrededor de 72 millones de personas), tendrá la misma riqueza que el 99% restante (sobre 7.100 millones). En 2009 ese uno por ciento acumulaba el 44%. Voracidad ilimitada. Más allá de que las estadísticas necesitan  siempre matizarse, el dato, una vez más (no es el primero) resulta impactante. No caeré en la simplificación de plantear que ese 99% es, en su totalidad, pobre. Ni mucho menos. En el 99% hay una enorme escala que va desde la pobreza más infame (el hambre), hasta la vida absolutamente desahogada. Seguro que hace 100 años el uno por ciento de la población no acumulaba tanta riqueza como el resto. Pero eso, por supuesto, no quiere decir que aquel fuera un mundo más justo. Al revés. Señalaré dos indicadores: la tasa de mortalidad infantil (el número de niños que mueren antes de cumplir un años por cada mil nacidos) era globalmente mucho mayor (mi madre guarda en su memoria de infancia y adolescencia del barrio obrero de La Isleta, en Gran Canaria, el desfile casi cotidiano de pequeños féretros blancos) y la esperanza de vida bastante menor. Aquel era un mundo con muchísima menor capacidad productiva. Se me dirá que la población ha disparado su crecimiento. Cierto. Hasta 1800 crecimos, naciendo muchos y muriendo prematuramente muchos, muy lentamente. En 1800 eramos cerca de 1000 millones. En 1900 llegamos a 1650. En 2011 alcanzamos los 7.000. El siglo XX es el del boom demográfico. La población se multiplica por 4. No obstante, los avances científicos y tecnológicos han hecho que la producción agrícola, ganadera, industrial o de servicios haya crecido, en su conjunto (soy consciente de que otra cosa es la distribución de ese crecimiento), en porcentaje mucho mayor que la población.
Hasta la entrada de la contemporaneidad con la revolución de los transportes, sin olvidar el impacto siempre presente de las desigualdades de clase y los conflictos subsiguientes, el hambre era un mal que flagelaba a los campesinos (pequeñísimos propietarios, siervos, aparceros, jornaleros...), que eran más del 80% de la población, cíclicamente. Hablamos de épocas en que el comercio a larga distancia era muy lento y con dificultades en las condiciones de conservación. No quiero decir que el hambre fuera un fantasma irremediable. El señor feudal o el terrateniente contribuían acumulando grandes excedentes. Por eso no eran infrecuentes los motines cuando aparecían las hambrunas.
Planteo que el hambre podía ser más "entendible" en un mundo con grandes injusticias sociales y donde además, por añadidura, el hombre tenía, productivamente hablando (básicamente la agricultura) mayor dependencia de las fuerzas de la naturaleza (sequías, lluvias torrenciales o vendavales) que la existente en la actualidad.
Por eso, quizás con osadía, calificaría el hambre actual no como un problema social, económico y político (que es todo eso), sino como un problema de índole moral (excepto, obviamente, para quién la sufre). Con el desarrollo global de las fuerzas productivas y la capacidad de transportar alimentos en horas a cualquier parte del planeta, el hambre es inconcebible. Es inmoral que una coalición guerrera esté en disposición de actuar en menos tiempo, gastando infinitamente más recursos, que una coalición humanitaria. Del 99% un 10% son hambrientos, y bastantes más tienen una alimentación precaria. O sea, los hambrientos son, al menos, diez veces más que los que poseen la mitad del pastel. Si todos los países tuvieran la disposición colaborativa, con sus escasas fuerzas, de Cuba, que nace de un convencimiento socialista y, por ende, humanista, serían inconcebibles a día de hoy las muertes por el hambre y las enfermedades que ésta genera.
Si mi pensamiento sobre este tema se plasmara en un cuadro, quizás se representaría como una pintura naif, infantil, clarita y con colores nítidos. Pero no puedo evitar que me parezca tan inconcebible como el 1 igual a 99, el que en una época donde puedo, viéndolo, dialogar con un ser humano que está 20.000 kilometros, uno, uno solo de los habitantes de este planeta no tenga el alimento básico para subsistir dignamente, mientras otro selecto grupo podría, si se les antojara, transportándose en su propio avión, almorzar cada día del año en uno de los 365 restaurantes más selectos. Y aún de ese modo no gastaría ni la milésima parte de su riqueza.
Sí, ya lo sé, el mundo tiene sus reglas. Y, pequeñas rebeldías aparte, son las del capitalismo. La teoría igualitaria, el socialismo, por ahora, ha sido derrotada. Por lo tanto, sorprenderse, darse golpes de pecho por ese 1 igual a 99, es puro fariseísmo, desconocer la naturaleza voraz, insaciable, del capitalismo. Si equiparáramos este sistema con un cuerpo humano, ese 1% es el cerebro que guía el organismo al copleto. No creo necesario explicitar con que parte asociaría ese cerebro dominante al 10% de hambrientos.

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