jueves, 29 de enero de 2015

En la victoria de Syriza, desde una tenue esperanza

Cuna de la democracia. Sí. Ahora que Grecia está en el epicentro de Europa no es raro escuchar en cualquier tertulia esta manida frase. Al régimen político existente en la Atenas del siglo V a.c. debemos la expresión. El término "demos" hace referencia al pueblo, y su complementario "cracia" al gobierno, al poder, al dominio. Los juntamos y, tachín, tenemos un rótulo maravilloso que nos anuncia la entrada al paraíso donde, mediante el voto, todos somos iguales. El único problema que nos plantea la democracia en la Antigua Grecia es que no era tal. La realidad a veces nos desmonta las bellas ideas recurrentes. La participación en las decisiones de las polis (ciudades-estado independientes que conformaban en la Antiguedad el espacio geográfico y cultural común llamado Grecia), de donde proviene la palabra política, estaba restringida a quién tuviera la condición de ciudadano: varón, propietario y mayor de 17 años. El resto de la población quedaba excluida. En el caso de Atenas, paradigma de la "democracia griega", poseían la ciudadanía entre un 10 y un 15% de sus habitantes. Por si tienen dudas (y teniendo claras las enormes distancias temporales), otro dato básico. En Atenas, en las restantes polis griegas y en el mundo antiguo en general (pervivió legalmente hasta el siglo XIX, pero en magnitudes mucho menores), la mano de obra esclava era abundantísima. Por supuesto, el esclavo, persona cosificada hasta que el dueño, la muerte, o su justa ira, lo manumitiera, despojado de su esencia humana, no tenía ningún derecho político. Sé que las épocas históricas son incomparables, pero me parecería mucho más adecuado hablar de un sistema asambleario (eklessia, de ahí el término iglesia, asamblea de los fieles) de ciudadanos varones, que utilizar el concepto democracia. He expuesto esto por si alguien tiene idealizada a "la madre de todas las democracias". No obstante, es innegable que había una virtud, o al menos un rasgo interesante en el sistema griego: el ciudadano, el hombre político, representándose a sí mismo, no lo era sólo cada equis años, cuando lo llamaban a las urnas. Hoy nos quieren votantes y mayoritariamente (al menos el PP), silenciosos.
Pero no. En estos días impera en Europa un cierto estruendo político. En tiempos pretéritos las cunas tenían pies de balancín para adormecer a los niños perretosos. Desde el domingo 25 de enero el bebé demócrata griego se agita y parece que, Syriza mediante, intenta rechazar la mano adormece y mece su cuna.
La Coalición de Izquierda Radical ha obtenido el 36% de los votos. El extraño sistema griego, que da un suplemento de 50 diputados al partido vencedor, permite que, con poco más de un tercio de los votos emitidos, Syriza haya quedado, con 149 escaños de 300 totales, al borde de la mayoría absoluta. Era crítico con este "premio" cuando ganó la derecha y ahora, aunque me satisface más (no seré hipócrita) lo sigo siendo. Es injusto. Syriza, como antes Nueva Democracia, estará sobrerrepresentada en el parlamento. Trascendiendo la alegría cauta del pesimista que soy por el triunfo en un país de la Europa Occidental de una fuerza a la izquierda del tradicional bipartito liberal-conservadores versus social-liberales, los datos no dejan de producirme un cierto estremecimiento. Tras todo el castigo recibido por el pueblo griego, sometido a un enorme recorte de derechos básicos y a un empobrecimiento brutal, los dos partidos que cuestionan, con diferentes alternativas, esta situación, han recibido, añadiéndole a Syriza el 5% de los comunistas del KKE, algo más del 41% de los votos. O sea, hablando claro, la mayoría de votantes asumió con resignación que los traten como a animales, comprándole su discurso a la señora Merkel. Nueva Democracia, el partido ejecutor (en el amplio sentido del término) de las directrices antipopulares de la Troika, ha perdido menos del 2% de los votos. El fascismo indisimulado hasta en su simbología, sin la máscara que usa en Francia, permanece anclado en el 6%. Hacer cábalas sobre que camino transitará el gobierno de Syriza es un ejercicio bastante arriesgado. Imagino que intentará no hundirse entre el ansia, lógica, desesperada, de muchos de sus votantes y la ferocidad de la oligarquía europea, que sabe que el fracaso de Syriza sería ejemplarizante para intentar neutralizar otras veleidades que lleven la rebeldía (¿Podemos?) al gobierno. En cualquier caso estoy gratamente sorprendido por la rapidez de las primeras medidas: elevación del salario mínimo, freno de las privatizaciones en curso, readmisión de parte de los funcionarios despedidos, electricidad gratuita para miles de familias que no pueden pagarla, restitución de la sanidad universal. Medidas, citando a Celaya, "como el aire que exigimos trece veces por minuto" para, de entrada, paliar las magulladuras de los vilipendiados y golpeados. Medidas que han hecho que esos nidos de terroristas financieros llamados mercados bursátiles caigan teatralmente para abonar el miedo, pues en el fondo saben que no tienen nada que temer, que, incapaces (nosotros) de asaltar su Palacio de Invierno, su avaricia está bien protegida. Antes de referirme al polémico punto de la composición exclusivamente masculina del gobierno quisiera hacer una breve mención al KKE (los comunistas). Creo que se equivoca anatemizando a Syriza. Se puede ser crítico, tener una actitud vigilante, pero esa posición, nada ajena, lamentablemente, a la tradición de la izquierda, de llamar traidor y lacayo del capitalismo al discrepante, me produce hastío y tristeza y, lo que es peor, nada construye en estos tiempos en los que todas las manos trabajadoras, más finas o más rugosas, delicadas o fuertes, son necesarias.
Algún comentarista ha hecho referencia a un gobierno de pelo en pecho contra la Troika. Creo que mucha gente, tanto desde la buena fe como desde el inicio del laminamiento, está poniendo el foco en un elemento secundario en estos momentos. Hombres y mujeres, desde diferentes puestos de poder, en no pocos países europeos, implementan políticas que generan  un sufrimiento discriminatorio en su peor faz, un sufrimiento netamente de clase. Ahora, en esta hora durísima, desde la duda, me envaino la crítica y defiendo a Alexis Tsipras. Pienso que ha querido elaborar un gobierno totalmente cohesionado y presto a la contienda. No digo que no hayan mujeres de enorme valía dispuestas a dar la batalla, seguro que sí, pero planteo que quizás en este momento, y perdóneseme el símil futbolero, ésta es la alineación de absoluta confianza de Alexis Tsipras. Si el equipo titular lo hubieren compuesto 11 mujeres yo estaría igual de expectante y, con mi escepticismo habitual, moderadamente esperanzado.

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