viernes, 9 de enero de 2015

Las 300

Estoy orgulloso, lo confieso. Me apetece poco autocriticarme. Siempre he pensado que la vocación más cercana, que más ha rondado a un hombre sin vocación, que habría amado ser un mujeriego bohemio y diletante, es la de periodista o, matizo, escritor. Ser un pequeño dios que crea o recrea mundos e historias, desmesuradas o íntimas. Un viviseccionador de los seres humanos y sus relaciones. Pero no (muchos peronós en este callejón). No poseo esa habilidad. Mi prosa carece de la riqueza y fluidez que yo habría ansiado. Un brotar, a tramos sereno o torrencial, que permitiera deslizarse con naturalidad sobre la lectura. Bueno, para partir de una premisa autocomplaciente, reconozcan que he comenzado dándome un poquito de caña (la culpa, omnipresente en la educación judeocristiana, es difícil de desaprender). En cualquier caso, aclaro que el mirarme a mí mismo con cierta amabilidad no hacía referencia a mis capacidades literarias, sino al devenir desde el "cruce de cables" que fue el arranque de este blog.
El 20 de julio de 2011, sin meditación previa, como decimos en Canarias, me dio la ventolera. Me planteé abrir un espacio de reflexión, de poesía... de escritura, en resumen. Contra todo pronóstico, saltando la barrera de mi nulidad informática (o sea, era muy sencillo) vio la luz este espacio. Incluso encontré el marco apropiado: una estantería repleta de libros que refleja mi vicio confesable. Mi pasión por la lectura o, para ser más honesto y preciso, mi pasión por comprar libros. Siempre que les digo a mis alumnos que soy un hombre en lo material bastante satisfecho, que la riqueza no es necesaria, pongo la posibilidad de surtirme de libros como una de mis satisfacciones principales. Además, decidí no complicarme la vida y dar rienda suelta a mi siempre despierto pero titubeante ego: le puse mi nombre. Quizás de haber obrado con menos impulso habría hecho referencia a la denominación que a mí me gusta usar para referirme a este espacio: callejón. Un lugar pequeño, periférico y modesto, donde pararte un rato, leer y, si te apetece, dejar tus palabras en uno de sus muros. Siendo largo de rutinas, pero corto de aliento, no daba un duro por la prosperidad de este territorio. De hecho, al medio año lo abandoné. En aquella época ponía bastantes enlaces en prensa, sobre todo, justo es reconocerlo, en el diario Público, y había una buena afluencia de gente (actualmente la media diaria es de 50 visitas). ¿Pánico? ¿Fidelidad a mi tradición de aburrirme de las cosas? ¿Miedo a repetirme? No lo sé. En enero de 2012 lo dejé y tras un par de chispazos en julio, lo retomé en noviembre de ese mismo año hasta ahora. Y, teniendo temor de confesarlo, como buen ateo supersticioso, mi propósito, casi diría que mi necesidad, es proseguir su andadura, pues, aunque a algún lector le suene cursi, este territorio es un hogar simbiótico al que yo le doy la vida que él me devuelve.
Últimamente la faceta poética está parada. Pero es que tengo un problema: ya no concibo la poesía en este callejón sin los trazos y colores de Pilar de Vera. No obstante, independientemente de lo que la creatividad nos depare en el futuro, los dos pequeños cuadernos de poesía ilustrada (encabezan la lista de las etiquetas) muestran una cara que se aleja de la reflexión para entrar de lleno en el territorio sinuoso de las emociones, de las visceralidades.
Sé que los números redondos son pura vanidad, una necesidad de poner un poco de magia en el devenir inexorable de la vida. Pero me hacía gracia, parodiando el título de la película de los épicos espartanos, encabezar esta mirada atrás, como creador del cuento de "las reinas magas", con el insinuante "las 300" (entradas al blog).
Generalmente, cuando me releo, lo confieso, aunque suene pretencioso, suelo decirme: "no está tan mal, muchacho". Sé cuales son mis límites, no pretendo llegar donde no alcanzo, pero sí intento forzar mi pensamiento, explorar por que entresijos soy capaz de deslizarme y otear. Y si además soy capaz de transmitir o compartir alguna idea o un sentir, quedo, acorde a mi intención, satisfecho.
A través de este callejón el poeta, el articulista, el muy ocasional cuentista, todo lo que nunca seré, tiene también la posibilidad, que valoro mucho, de soñar y soñarse.

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