domingo, 1 de febrero de 2015

La marcha por el cambio de Podemos, con aristócrata tergiversadora de fondo

Esperanza Aguirre, que me parece, al menos en el ámbito de lo público, un ser que mezcla a la perfección la mendacidad y el descaro, en un ejercicio de imbecilidad histórica (¿e histérica?) para débiles mentales políticamente ágrafos, comparó la denominada "marcha por el cambio" de Podemos, que al final fue una enorme concentración con pretensiones anunciadoras de un nuevo tiempo, con la "marcha sobre Roma" celebrada por los fascistas italianos en 1922. La derecha española tiene motivos, aggiornamientos aparte, para estar calladita. Los que consideran que el régimen de Franco fue un periodo de "extraordinaria placidez" (en lo que no se equivocan desde el punto de vista de la oligarquía, su clase social), deberían de, en expresión de ese otro espécimen espectacular que ejerce la portavocía congresual del PP, aplicándose el tratamiento recomendado a Bárcenas, "lavarse la boca con lejía" antes de acusar a nadie de actuar con métodos o intenciones fascistas.
Pertenezco, cada equis tiempo lo reitero, al mundo ideológico comunista. Sin duda el que con más firmeza ha combatido el fascismo allí donde éste ha hundido sus garras. El fascismo italiano fue tan repugnante como el español o ese hermano mayor y musculitos que fue el nazismo alemán. El fascismo es ideológicamente, por esencia doctrinaria, prácticas concretas aparte, asqueroso. Nunca he negado, y lo reitero ahora, que mi "mundo" ha cometido asesinatos injustificables, pero mi patria ideológica busca, junto a otros por supuesto, una sociedad más justa. El fascismo ama la desigualdad, jerarquizando, además de las clases, pueblos y culturas y, cuando muestra su rostro descarnado (hoy es época de caretas y uniformes apolillándose en los baúles), ejerce el culto a la violencia. Pues bien, el fascismo italiano, ese que marchó sobre Roma, fue infinitamente menos violento (con su propio pueblo) que el fascismo militar español. El fascismo español marchó en el 36 sobre Madrid, seguro que con el aplauso de sus nobles antecesores señora Aguirre, no a golpe de palo, como sus primos italianos o, aunque duela, aupado por millones de votos, como el alemán. No. El fascismo español avanzó hacia el poder, en un siniestro juego de la oca, de matanza en matanza, y no dejó de tirar (de pistola), le tocara o no, durante 40 años
Las personas que acudieron al acto de Podemos, incluso los más dubitativos ideológicamente, son antifascistas señora Aguirre. Cuando el PP convoca sus actos "sacramentales" de defensa de la familia tenemos todos la conciencia de que allí abundan los admiradores del mayor asesino de masas de la historia de España. Usted tiene derecho a que un acto le guste más o menos, pero no a establecer comparaciones taimadas, para ganarse y pastorear al indocumentado de turno. Si usted hubiera dicho que allí iba a acudir mucho rojo camuflado, yo le habría dado la razón. Se lo confirmo aunque ahora estén colocados de perfil (el temor es que se queden ya de perfil para siempre). Lo mismo que en la intimidad Aznar hablaba catalán, en su intimidad, ubicada en las antípodas aznarianas, los Iglesias, Monedero y Errejón flipan y lagrimean oyendo La Internacional. Son de la izquierda radical, aunque, por un exceso de tacticismo, a mi entender, no tengan la valentía syriciana de explicitarlo en su nombre. Y sí, admiran a Chávez y saben que Fidel es uno de los líderes antiimperialistas más grandes de la historia. Cuando usted ha dicho que son bolivarianos y castristas lleva razón. Y todos ellos seguro que han buceado (el provecho lo desconozco) en los mares de la pérfida literatura marxista. Y, no siendo filoetarras, en el sentido de defender una vía de violencia grupuscular para lograr el poder o un determinado fin político, son, se lo digo yo, que soy un poco rojólogo y a veces tengo sueños húmedos separatistas, partidarios del derecho de autodeterminación o (para entendernos y ajustándonos al vigente modelo catalán) del derecho a decidir. Incluso, en la última semana, podría usted haber acusado a Pablo Iglesias de maleducado (y errado añadiría yo) por, olvidándose del ejemplo anguitiano (la contundencia del golpe está en la idea, no en el chascarrillo de risotada fácil), en la estela de ese mal ejemplo que responde al nombre de Alfonso Guerra, llamar "Pantuflo" al repelente Eduardo Inda. Y llamarlo repelente es una opinión, más o menos acertada o compartible, mientras decirle "pantuflo" es una gracieta vacua, digna de sobremesas, habituales y degradantes, donde sueña, largamente, la razón. 

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