sábado, 13 de junio de 2015

Retorciendo la mirada: antidisturbios y monarquía

En los últimos días se han producido dos noticias de relevancia muy dispar en los medios. Pero, como elemento común, en ambas he percibido la presencia de lo absurdo. 
Estoy convencido de que esa percepción es una deformación personal mía. Me refiero a esa necesidad que tengo de retorcer la mirada, de pellizcar la realidad con una mezcla de ira y concupiscencia. El dolor y el placer como motores vitales.
La noticia de menor relevancia o difusión dice que "los antidisturbios de la Guardia Civil en Melilla se fotografían ante la estatua de Franco". Esta escultura, que homenajea al Franco joven de las guerras coloniales, se ubica en la periferia portuaria de la ciudad norteafricana tras ser trasladada, en una extraña aplicación de la Ley de la Memoria Histórica, desde un enclave más céntrico. La Dirección General de la Guardia Civil ha decidido investigar "los hechos" por si existiera alguna falta disciplinaria. ¿No es absurdo? El hecho que habría que investigar es porqué todavía en este país hay una estatua del general fascista en un ámbito público. Los guardias se han arracimado a los pies de quién probablemente muchos de ellos imaginan como un salvador de España. Pero no son legalmente culpables de nada, ni tienen porque ser investigados por una foto en un lugar público que demuestra la poca implicación antifascista de las autoridades españolas. Y tiene la virtud, también, de recordarnos que fueron sectores aperturistas del régimen fascista quiénes prepararon la llamada Transición. Lo que ha supuesto que una foto imposible en Italia o Alemania, sea factible en España. Investigar al peregrino, mientras dejamos bien expuesto el objeto de peregrinaje, es de hipócritas. 
La noticia que si ha estado en todas las tertulias es el despojo o renuncia (según las fuentes) de la infanta Cristina al título de duquesa de Palma. Realmente lo noticioso no debería ser que su hermano le quite el absurdo título o que ella renuncie. La noticia es, esencialmente, que ambos existan. No me refiero, por supuesto, a su existencia física, sino a la política. Un jefe del estado vitalicio y no electo, llamado rey, puesto por el asesino de la estatua al que hacía referencia más arriba, le transmite, con las mismas condiciones, el cargo regio a su hijo y les otorga a sus hijas, como premio por su casamiento, un par de títulos nobiliarios, por huevos (que es el ente donde anida el vector originario de la institución). Partiendo de este punto, ya está instalado en mi pensamiento lo absurdo. Da igual que la infanta sea honesta o bellaca. A ustedes les parecerá normal, seguramente yo soy el orate cuando hay tanta gente complaciente. Pero no puedo dejar de sentir un cierto asombro, el espanto de que toleremos la existencia de reyes y nobles. Algunos analistas defienden la idea de que son elementos que irán declinando con el tiempo, que los avances sociales acabarán sepultando a monarcas y aristócratas. No lo sé. Quizás. Desde luego, ignorante a conciencia de sus problemas sucesorios y sus martingalas, a mí lo que me desazona es que eclipsen ellos solitos, que nosotros, carentes de dignidad, no hayamos hecho prácticamente nada.

1 comentario:

  1. Buen artículo. Aunque hoy en día hay "aristócratas", de la anteriormente denominada "burguesía", que hacen el papel de los nobles y reyes de antaño. En sucesión hereditaria, antidemocrática y con el mismo afán explotador.

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