martes, 7 de julio de 2015

"Guapos" con causa o la cabeza alta de un pueblo

Tengo un problema. Quizás la raíz esté en mi propia forma de ser. En ese vaivén, casi homófono, entre la cima y la sima, que es mi tránsito por esta vida. Citaré dos ámbitos: las clases y este callejón. El trabajo y la devoción.
Algunos días, cuando suena el timbre que marca el final de una hora lectiva, sientes que has abierto alguna brecha, que casi como un poderoso Eolo has contribuido a dispersar algunas brumas de la tiniebla mental en la que se mueven, con la ayuda de un sistema devorador, muchas mentes adolescentes y jóvenes. La era de la comunicación ipso facto, de la supuesta luz del conocimiento, se convierte en la era de la oscuridad bajo toneladas de basura circulante a velocidades siderales. Sí, hay días, días incautos probablemente, en los que sientes que has logrado hacer un hueco para el pensamiento, para la reflexión, para que se cuele el trazo delicado en medio del aluvión de brochazos. En la siguiente hora, sin saber bien por qué, esa sensación se transforma en un paso hacia el abismo y sientes, mientras te traga la sima, que no has sabido cuidar, alimentar, impedir la extinción del pequeño fuego que portabas con mimo.
El otro espacio es este callejón que me he ido construyendo con un empeño ajeno a mi desidia. Probablemente guiado por el ego del escritor frustrado, por el reto absurdo y pretencioso de intentar aportar una mirada novedosa a determinados aspectos de la realidad (lo que acabo de expresar es un ejemplo de la sima). Sin embargo, confieso que en otros momentos, sobre todo cuando releo, me digo: "pues no está nada mal, tío, tiene su puntillo". Sería el momento, generalmente breve, en que oteo desde la cima. El momento en que, perdóneseme la expresión, me pongo chulo, me veo alto e incluso guapo. Hace muchos años en un reportaje sobre Cuba decían que los jóvenes conflictivos de los barrios populares de La Habana, críticos con el sistema, admiraban a Fidel porque lo consideraban un "guapo" en una acepción sudamericana. O sea, esos muchachos lo percibían como un tipo valiente, con personalidad acusada y valor para desafiar a un imperio.
Tras el triunfo del no (el hermoso y desafiante oxi que aplastó la campaña del terror, aunque temo que esa montaña parirá un ratón) en el referéndum griego, el gobierno refrendado de Syriza ha ofrecido en el ara sacrificial la personalidad, la guapura maravillosa de Varoufakis que molestaba a los negociadores del capital. A otra escala, para nuestro consumo interno de mediocres, ya lo hizo en su momento Podemos con su figura intelectualmente más potente: Monedero, casi presentado como una especie de oligarca corrupto. Imagino el descanso, teñido de un ligero asco, que en su momento sintió Monedero al apartarse de la línea de fuego de los medios abyectos y el que puede estar experimentando ahora Varoufakis, criticado por no ser un gentleman atildado y gris. Ese asco posiblemente también lo experimentó en su momento, cuando querían reducir su brillantez a una burda pinza que los datos desmentían, Julio Anguita, un tipo que no daba cancha a la gestualidad de las simpatías vacuas.
Sí, chapoteando en la ficción o la especulación, pienso que estos tres hombres, que tienen la facultad de no ser el agradable taimado y profesional, que sentían que no estaban en política para hacer amigos (Anguita siempre repudió el término clase política), cada uno en su momento, habrán respirado cuando dejaron atrás el inhóspito territorio de unas moquetas movedizas, nacidas para el susurro que, si no el cuerpo, tal vez te traguen el alma.
En febrero, al poco de la llegada de Syriza al poder, escribí un pequeño texto llamado "Varoufakis entre poetas" http://josejuanhdezlemes.blogspot.com.es/2015/02/varoufakis-entre-poetas.html
Acabé ese artículo citando el poema de Kavafis que desea "buen viaje para los guerreros que a su pueblo son fieles". Tu periplo, Gianis, ha sido corto, tú ya no vas a estar en primera línea, pero tras el masivo apoyo obtenido por tu gobierno en la consulta, en circunstancias tan difíciles, quién te sustituya, cuando se siente a la mesa no puede olvidar la "guapura", la cabeza alta, que tú tan bien representabas, de un pueblo.



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