martes, 14 de julio de 2015

Sangrantes líneas rojas

Si el acuerdo, o mejor dicho, el diktat al que Alemania y sus cortesanos han sometido a Grecia hubiera sido "negociado" por los partidos de lo que aquí, en el estado español, se llama vieja política (Nueva Democracia o Pasok) Syriza estaría, con toda la razón del mundo, llenando las calles de Atenas de personas protestando. Y en el estado español también clamaríamos por la necesidad de que accedan ¿al poder? gobiernos consecuentemente de izquierdas en el sur de Europa. 
Pero no. El peor acuerdo lo ha aceptado Syriza, una semana después de que, vía consulta, en unas condiciones penosísimas y con un resultado espectacularmente amplio, los griegos les ordenaran resistir. Creo que el sentimiento que marca este momento es el estupor. Nunca una victoria con tintes heroicos ha transmutado a velocidad de vértigo, en menos de una semana, en la más amarga de las derrotas, en la asunción de un tratado mucho peor que el rechazado por las urnas. Una derrota que deja al pueblo griego inerme y malherido al proyecto que veía el triunfo en enero de Syriza como el germen de la posible construcción de lo que habitualmente se ha llamado la Europa de los Pueblos. Las personas que hace poco más de una semana festejaban por decenas de miles ese nuevo grito de rebeldía transfronterizo que era el OXI, se convirtieron tras el diktat en unos centenares expresando su rabia en la plaza Syntagma. ¿Todo un capital de lucha, de rebeldía, tirado a la basura? ¿O es sólo el shock de la amargura que significa este momento?
¿Para qué te presentas a unas elecciones con unas propuestas y toda una serie de líneas rojas que cinco meses después han sido ampliamente pisoteadas hasta convertirse en un despojo sangrante, con tu aquiescencia, por los poderes fácticos de Europa? Yo entiendo que unas líneas rojas son aquellas que jamás voy a traspasar o que, en la tesitura de cruzarlas, con dignidad, significarán o la renuncia o la consulta directa al pueblo con diferentes alternativas.  En este país una de las acusaciones reiteradas y justificadas contra el PP ha sido que llegó al poder con un programa y después ejecutó otro. Esa exigencia para la izquierda, por la carga ética que esta palabra indica, tiene que ser aún más "sagrada". Ojo, sé que ningún programa es cumplido milimétricamente, pero no puedes redactarlo al tuntún, para halagar oídos ansiosos de palabras grandilocuentes, ni ser esa lista de sugerencias de la que, desafortunadamente, hablaba esa adalid del buen rollito que no quiere pisar un callo de la derecha, llamada Manuela Carmena. Tienes que hacerlo con la mente puesta en ser realizable y lucharlo a tope. Y Syriza, fuerza que imagino alejada del candor, sabía que iba a ser recibida agresivamente, con afán de trituración por parte de una oligarquía que, con gran parte de la población europea impregnada de su ideología neoliberal, quería derrotarlos sin contemplaciones. Y, por lo que parece, de momento, lo ha logrado. 
En clave interna, mirando a la cercana confrontación electoral de finales de año en el estado español, el PP y el PSOE han recibido una preciosa herramienta propagandística en su lucha por desacreditar a las opciones de izquierda transformadora que ellos tildan de populistas que abocan al desastre a la población. Hasta ahora el mantra ha sido el papel higiénico de la extraña dictadura venezolana de las casi 20 elecciones. Ahora pueden añadir la derrota de la izquierda ¿radical? griega al arsenal de las tertulias derechistas que funcionan a pleno rendimiento.
No obstante, para mí la enseñanza más clara, la que se reafirma, es que ahora mismo lo que un pueblo vote tiene una importancia muy limitada, que la fuerza que forma gobierno, al menos en el ámbito de la Unión Europea, es una mera administradora de los designios del capital. Me acosa, con más fuerza, una pregunta que casi siempre me ha rondado: ¿vale la pena utilizar un voto que no hace ni cosquillas al poder económico supranacional? Un poder que, con cierto relativismo, nos deja algunas libertades y concesiones mientras no cuestionemos  ni su acumulación constante de riqueza ni su hegemonía.
Un comentario final. Es vergonzoso que algún dirigente de Syriza plantee que los diputados de la formación que voten en el parlamento en contra del oneroso acuerdo deben dejar sus actas. Son esos diputados, precisamente, los dignos, los que están respetando al pueblo griego siendo fieles al compromiso electoral renovado en la consulta del 5 de julio. Creo que son otros los que quizás, por ineficacia, incapacidad, engaño o cobardía deben plantearse dimitir.

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