martes, 17 de noviembre de 2015

París y la humanidad periférica

"El mundo está loco. No tengo palabras". Declaración compungida, inconsolable y totalizadora de una señora mayor parisina. 
"¿Cómo pueden suceder cosas así en 2015?". Una mujer joven.
"Podría pasar en cualquier lugar y cualquier momento. Cualquiera podríamos haber estado entre esas víctimas". Dice, candorosa, otra muchacha. Seguramente Siria, Iraq, Afganistán, Líbano, Libia... carecen de espacio físico (más allá de nuestro televisor) y están fuera del tiempo, ubicados en el cómodo limbo (para nosotros) de la barbarie.
"La vida tiene que seguir, la gente tiene que ir a los cafés, salir..."
"Se quiere impedir la alegría de vivir de la sociedad francesa".
"La ciudad palpita con el corazón herido".
Las tres anteriores son frases cazadas al vuelo en los diferentes informativos que han potenciado la mitología de París: un cuerpo eternamente joven e iluminado, lleno de lugares hermosos, salvajemente golpeado, tambaleante, se levanta heroico. 
Y en los diferentes ámbitos comunicacionales: teles, whasapp, facebook, por la vía que tengan a su alcance, muchísimas personas emocionadas arriman su hombro virtual para ayudar, desde el dolor por la gente vilmente asesinada, a reconstruir la alegría de París. Así, para apuntalar un poquito, miles de perfiles en las redes sociales se tintan de tricolores francesas y, por doquier, como un hilo musical cuasi permanente, suena, mil veces que la escuches, mil veces que te emocionas, La Marsellesa. Y el lunes dieciséis todos los centros escolares del estado "como muestra de repulsa a los brutales atentados cometidos el pasado fin de semana en París" fueron convocados a un minuto de silencio al que se le añadió una coletilla hipócrita que incluía a "todas las víctimas del terrorismo internacional". Hipócrita porque la masacre continua que se vive en Oriente Medio podría mantenernos mudos unas horitas y en cambio la inmensa mayoría no nos hemos sentido impelidos a callarnos ni un segundo.
Un mes y medio antes del infausto trece de noviembre, a inicios de octubre, en un lugar donde, por su precariedad, se celebra más la vida que en ningún otro sitio, un hospital de Médicos Sin Fronteras en la paupérrima Afganistán, fue objeto de un bombardeo terrorista (sí, los que estaban allí, fallecidos o supervivientes, seguro que sintieron un enorme terror) de EEUU, que asesinó a veintidos personas.
Un mes y unos días antes del infausto trece de noviembre, el diez de octubre, en Ankara dos suicidas asesinaron a noventa y nueve personas que celebraban la vida de una manera bastante hermosa: manifestándose por la paz. Aquí se hablaba (ya pasó al olvido internacional, pues esta masacre, por su ubicación, no marca ninguna línea divisoria) de una hipotética connivencia entre el malvado Estado Islámico y el otánico estado turco.
Un día antes del infausto trece de noviembre, en Beirut, capital de un pequeño estado que acoge a más de un millón de refugiados sirios mientras el gigante europeo se pelea por la distribución de poco más de cien mil, el Estado Islámico asesinaba a 43 personas que seguramente alguna noche que otra, aunque no fuera en la emblemática ciudad de la luz, celebraban la alegría de vivir.
La doble vara de medir, o de sentir, la argumentaba con bastante honestidad a través de facebook una persona que explicaba que establecía como fondo los colores de la bandera de Francia porque le dolía bastante más el crimen en París, con quién compartía civilización y valores, que en Iraq, Afganistán, Turquía o Líbano, con cuyos habitantes, según él, solamente le unía su condición de pertenencia al género humano. O sea, las víctimas de esos atentados serían, por así decirlo, y creo que es una visión que aunque no se explicite es generalizada, una humanidad periférica. Pero muy mayoritaria en el reparto del sufrimiento. Conmovidos por los justificados lamentos de las víctimas parisinas y repudiando los alarmismos mediáticos, el dato es demoledor: desde el año 2000 el 97.4% de las víctimas de atentados pertenecen a esa periferia. Si quitáramos de la estadística el macroatentado a las Torres Gemelas el 11S, esa cantidad aumentaría a un apabullante 99.5%. Termino haciendo una observación: en estas cifras no entran las innumerables víctimas civiles de las intervenciones militares llevadas a cabo por Occidente en esos territorios en estos quince años. Intervenciones que hoy, cuando Hollande redobla los tambores de guerra elevando su presupuesto de Defensa (que en el caso de Occidente casi siempre es de ataque), hacen que la industria armamentística, al calor de su cotización bursátil al alza, experimente, celebrando la muerte, la más insana alegría de vivir. Como yihadistas a punto de inmolarse, pero sabiendo que el paraíso de algunos, e infierno de muchos, está en el más acá.

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