sábado, 19 de diciembre de 2015

La trompada a Rajoy o viajando con adversativos

Ante la agresión a Rajoy por parte de un muchacho de 17 años que ha hecho un uso calculado, y quizás erróneo, de su minoría de edad, se ha declarado la prohibición tácita del adversativo.
Se entiende que me refiero a la reprobación de un hecho que va seguido de un matizante pero. 
"Ante determinadas acciones el rechazo debe ser absoluto".
"La violencia nunca es aceptable".
"La agresión al presidente es una agresión a la democracia". 
Frases vacuas que nos eviten el trabajo de pensar y entreverar ideas. El adversativo lo entiendo, no como un justificante de determinadas acciones o comportamientos, sino como un elemento que quizás puede ayudar a entender o a mostrar otras aristas de la realidad.
La violencia, sin llegar al uso de armas o con resultados graves, es un componente de la cotidianeidad que, además, y dejando al margen las declaraciones rituales de rechazo, tiene un cierto predicamento social. Cualquier enseñante que imparta sus clases en un instituto de enseñanza secundaria, ya no les cuento si éste pertenece a una zona socialmente deprimida, se mueve a diario en un territorio donde la violencia, cierto que mayormente verbal, esa antesala del golpe que es el insulto, es una moneda de uso corriente bastante valorada. El respeto se gana a golpes. Directriz que en alguna ocasión surge del propio hogar. O de cualquier medio audiovisual. Casi todos hemos crecido disfrutando cuando el villano, y no con bellos argumentos, es machacado por el "muchacho". El comité de convivencia de mi Centro, al que pertenezco, cuando se produce una agresión verbal o física insiste, enfático, en que la violencia nunca soluciona nada. Cuando estamos mediando en una pelea y cantando las loas al conflicto resuelto mediante la palabra, me suele acosar una cierta sensación, desasosegante, de que estoy lidiando con una verdad frágil, de que el historiador que hay en mí desmiente al moralista de la bondad en la palabra. Y si alguien me dice que mezclo territorios yo le pregunto si ya que la violencia ha sido y sigue siendo un método recurrente, y no proscrito, en ese modo específico y milenario de relaciones humanas, entre pueblos o estados, que conocemos como guerra, hasta que punto el individuo, salvo por la presión legal del castigo, debe asumir la bondad moral de una actitud vital pacífica. 
Por Whatsapp me llegó una frase que dice: "Mariano Rajoy: otra víctima de los recortes en educación". Esa frase empezaría a tener visos de realidad si lo que pusiera en solfa no fuera la educación, sino el incuestionable (de las opciones relevantes solo Izquierda Unida se proclama explícitamente anticapitalista ante la contienda electoral del 20 D) sistema capitalista que, como cualquier sistema anterior basado en la desigualdad, genera violencia. Una violencia que también subyace en mí, y que sin desdeñar mi aprecio a la dignidad humana, sé que custodio bajo las siete llaves de mis múltiples miedos. Me desazona la certeza de que en determinadas ocasiones y circunstancias la barbarie no me sería ajena. Por una compleja razón: porque sí es ajena a mí la posibilidad del hombre nuevo. Ese que soñaba el viejo comunismo y al que renuncia la nueva política.
Cuando vi la trompada a Rajoy reconozco que me estremecí y me repugnó capilarmente, sin poner en marcha ningún mecanismo de reflexión. Percibí en el primer segundo, aislado de cualquier contexto, la fragilidad intrínseca de un ser humano golpeado a traición.
Pero. Se entrometió el adversativo y me acordé de un texto que escribí en este callejón en enero de 2013. Trata sobre una persona dependiente cuya prestación transitó desde algo más de 300 euros a unos ridículos 40 para desembocar en unos violentísimos 59 céntimos que eran 59 trompadas sin mano a la dignidad esencial de un ser humano, especialmente cuando éste padece una situación de vulnerabilidad vitalicia.
Comparar, adversar, es tan inevitable como necesario. Por ejemplo, nos trasmiten todo el día la idea machacona de que en democracia solo cabe la palabra. El canon actual establece como paradigma de dicho sistema a los EEUU. Perfecto: ¿cuántos vídeos de negros pobres cosidos a balazos hemos visto en los últimos años sin casi superar la categoría de anécdota? Volviendo a nuestra dialogante democracia: ¿despertó tanto rechazo el ahogamiento de 16 subsaharianos que pretendían llegar a nado a una playa de Ceuta, estableciendo un diálogo, de trágico teatro del absurdo, con las balas de goma que les lanzaba la guardia civil?
Acabo con el demagogo subido a la parra y alambicando las comparaciones. En este país tenemos un régimen monárquico (casi 80 años sin un jefe de estado electo) gracias a un grupo de macarras uniformados al servicio de los poderosos que se liaron, en una fase de bestialismo superior por su capacidad mortífera, a golpes con la Segunda República.
Por último, acudiendo al refranero y parafraseando la celebre "París bien vale una misa", atribuida a Enrique IV, Borbón transfuga (esta gente es una peste pertinaz) del protestantismo al catolicismo para acceder al trono francés, podríamos decir que, en una contienda electoral que se presenta inéditamente reñida, el plus de unos cuantos escaños bien vale una humilde hostia y el vuelo de unas gafas.

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