lunes, 28 de diciembre de 2015

Lentitud. El Borbón okupa en mi callejón

Admiro, no, envidio la capacidad de respuesta inmediata. Últimamente me ocurre mucho: los asuntos puntuales que pueden inspirarme algún texto se quedan viejos. Ante la pléyade de comentaristas felinos yo me percibo cada vez más como un rumiante, un bóvido que mastica y mastica buscando algún sabor diferente, pero llegando casi siempre a destiempo. 
Desde que se produjo el discurso de Nochebuena de Felipe VI me planteé escribir alguna reflexión. Y ahí empieza la estúpida lucha. El temor a una circunstancia a la que en cierta medida estás condenado: a repetirte. Sé que esta condena afecta a la inmensa mayoría de las personas que, con mayor o menor periodicidad, escriben artículos. Pero estoy convencido de que cuando eres habilidoso con las palabras y además posees las herramientas (y los trucos) del oficio, la capacidad de encajar fondos y formas se multiplica. Y lo peor es que, lento y todo, casi siempre, cuando releo un texto, siento que le ha faltado alguna idea o matiz. Tampoco son raras las veces, debo reconocerlo, en que la relectura me deja un buen sabor de boca. Me echo el brazo por encima a mí mismo y me espeto un indulgente: "¡Pues no está tan mal hombre!".
Además, no sé si puede ser una eximente para mi complejo de caracol (lento y tímido, no traspaso los límites de mi callejóncito, salvo el aireo de los amigos de Unidad Cívica por la República que, de motu propio, empezaron a acogerme con generosidad en su página), la carencia de un negro literario, alguien que agilice la producción. 
Al modo borbónico, vamos. Mil y un discursos para defender con frases huecas la unidad de España, siguiendo un crescendo repetitivo, de Bolero de Ravel tocado por una orquesta aún en ciernes, pero que va a tener grandes mecenas: La Tripartita Big Band, con un joven locuaz y sobreexcitado de animador.
Reconozco que sin los borbones este callejón carecería de uno de sus latidos básicos. Es un placer maquiavélico traer de paseo a este territorio desvencijado los dorados y los barroquismos, la inmensa y alfombrada sala que simbolizaba, con el no elegido al frente, el esplendor de la patria indisoluble. 
Lástima que el coronado, el símbolo de la unión, entre tantas referencias implícitas a los catalanes díscolos, no tuviera una frase para las 54 mujeres asesinadas este año por la violencia machista. Me pregunto si al leerse previamente el discurso no percibió que no hacia mención alguna a la gente que peor lo pasa. O igual, es otra lectura, ha decido dejarse de paripés, ser totalmente honesto y hacer referencia, en exclusiva, a lo que le preocupa: la perdurabilidad de su cargo. O tal vez teme, en su defecto, que le mengüe la cantidad de súbditos. Los escoceses independentistas se planteaban la separación manteniendo como jefa del estado a la reina. Los catalanes independentistas, en cambio, quieren construir una república. Y sé que hace falta una consulta para dilucidar si el independentismo es mayoritario o no, pero es evidente, viendo los datos electorales, que la idea de la república predomina en Cataluña. 
Usted dijo una frase osada en su discurso: "La ruptura de la ley sólo nos ha conducido a la decadencia y al empobrecimiento". Pues mire, la ruptura de la ley puede generar muchos caminos, dulces o agrios, dependiendo del contexto y la clase social a la que pertenezcas, pero a usted le ha conducido, como nieto político de Franco, el gran destructor de la legalidad en la España del siglo XX, a ser el okupa, mientras no haya referéndum, de un palacio desalojado en 1931 por el pueblo español.

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