martes, 5 de enero de 2016

Amados y odiados (según las encuestas)

Cuando finaliza un año es habitual que los medios nos muestren balances y encuestas de todo tipo. El mejor libro del año, la mejor película del año, la mejor serie del año, el mejor restaurante del año... Y así, es posible ordenar, con mayor o menor pretensión científica, casi cualquier aspecto de la realidad (o la ficción) que nos rodea. 
La Sexta preguntó a finales de diciembre, en el marco de los barómetros mensuales que realiza, por los mejores personajes del año 2015 a escala nacional e internacional. 
En el apartado interno el primer puesto, cierto que con un raquítico 8,6%, fue para Felipe VI. Sigue habiendo en este país una masa de pensamiento cómodo que encuentra lógico tener como jefe del estado a un individuo no elegido por nadie (bueno, sí, por Franco), y cuyo papel en los próximos meses, aunque sea "sotto voce", pienso que va ser decisivo para intentar armar la gran coalición pasiva (abstención del PSOE y Ciudadanos para la investidura de Rajoy). Un individuo cuya hermana va a sentarse en el banquillo por negocios en los cuáles no está claro el papel de la familia real, pero, ahí "reluce" la igualdad de todos ante la ley, que en función de su regio cargo no puede ser llamado a declarar ni siquiera como testigo. Además, según he leído, el próximo mes de febrero Felipe VI piensa visitar Arabia Saudí. Si, después de las 47 decapitaciones realizadas hace unos pocos días por esa monarquía absolutista, ese viaje se mantiene, quedará claro que toda la política del estado español en materia de derechos humanos es una absoluta falacia con objetivos netamente políticos: minar a los gobiernos cuyo cariz ideológico desagrada al establisment hispano. Insisto, si este viaje no se cancela debería haber una campaña estatal de protesta masiva que lo impidiera, que hiciera al gobierno y al Borbón calibrar la conveniencia de llevarlo a efecto.  En segundo y tercer lugar del ranking están Albert Rivera y Pablo Iglesias. La nueva política en sus vertientes más amable y relativamente cañera. El hombre que pretende ser suave, amortiguante, conciliador entre el PP y el PSOE y el hombre de aristas, un tipo que, guste más o menos, pertenece a la estirpe de los líderes que  pueden recolectar de todo menos indiferencias. Ambos, sin derrotarlo, incluso Rivera actúa de apuntalador, le han dado un bocado a la tarta bipartidista.
En el plano internacional el personaje más valorado es el papa Francisco. Me pregunto cuántas veces, cuando se han hecho este tipo de encuestas, ha estado comandada la clasificación de los bondadosos por un papa. Son, independientemente de sus sibilinas actuaciones diplomáticas, reclamantes pertinaces de la paz mundial. Conflicto que surge, allí está su santidad en el balcón esparciendo a la multitud sus bellas palabras sobre la necesidad de que callen las armas. Que sea el jefe de una institución discriminatoria y retrograda, que ha sido traída a rastras, en parte, a la modernidad, pues desde el XVIII ha intentado ser freno a los avances racionalistas, parece que no influye en muchos de los encuestados. Le sigue el increíble premio Nobel de la Paz, Barak Obama. El jefe guerrero de una nación cuya esencia es conservar su planetaria hegemonía político-militar, interviniendo en cualquier lugar del globo, sea en primera persona o por vía interpuesta a través de la OTAN. El protector (como todos los presidentes anteriores) del estado genocida de Israel y sus masacres periódicas sobre Gaza es el segundo mejor personaje del planeta para los avezados opinadores, acompañado en el podio por la gran jefa europea, la reina de los recortes sociales: Angela Merkel. Esta elección ronda ya el masoquismo de parte de la población. La líder que defiende a ultranza el pago de la deuda por encima de cualquier aspecto social, que junto al mencionado Obama exigió la reforma express del artículo 135 de la Constitución es muy bien valorada en el territorio cuyos derechos sociales contribuye a asolar. Si hiciéramos un símil con el Monte Calvario, al Cristo Francisco lo habrían, ciertamente, rodeado de dos ladrones, pero ninguno bueno o salvable.
Hubo un reverso a la pregunta en positivo de la cadena televisiva: ¿cuál son los peores personajes del año?
En el estado español quién más rechazo concita es Rajoy, paradójicamente el más votado en las elecciones, no lo olvidemos. El "buen" trabajo sucio que ha hecho ha dejado muchas víctimas por el camino. Exceptuando su guardia de corps de la tercera edad, lo han gastado electoralmente, pero ha profundizado unos recortes que sitúan el antaño denostado mileurismo (y eso es un triunfo ideológico para la clase dominante), como un bello sueño para parte de los asalariados. Debe ser frustrante para Rajoy aparecer como peor español que el segundo, uno al que debe importarle poco el desapego hispano (hipotética doble nacionalidad aparte), pues quiere dejar de serlo: Artur Mas. El tercero de los detestados es el mismo de los amados: el demediado Iglesias, que aunque expresa su admiración por el papa Francisco, modula su discurso y dulcifica el gesto, según mi muy limitado estudio de campo, produce un rechazo visceral entre las ancianas, integrantes e integristas de la guardia mariana.
De los malos foráneos, obvio a una Merkel que aquí sí ocupa un más comprensible tercer puesto y al líder del grupo terrorista ISIS, al-Baghdadi, que a pesar de la creatividad (según los vídeos) de sus huestes para los ajusticiamientos, es casi doblado en rechazos por el peor hombre del mundo: Nicolas Maduro, presidente de Venezuela. Ese país del que, a lo largo de decenios, pocos españoles sabían el nombre de su presidente, hasta que Chávez, el demonizado gorila rojo, lo ubicó en la historia. Al tirano Chávez le sucedió, siempre con urnas puestas mediáticamente bajo sospecha, el tirano Maduro. Suerte que el pasado 6 de diciembre, después de 19 convocatorias electorales tiránicas, por arte de la victoria opositora en las parlamentarias, las urnas hechizadas quedaron libres de todo encantamiento y sospecha. Venezuela, ese país que, incluso para mucha gente que se autoproclama de izquierdas, representa el paradigma de una dictadura, es uno de los que ha celebrado más procesos electorales. Además posee una figura específica que la democracia española podría "copiar" de la tiranía venezolana: la posibilidad del revocatorio presidencial a mitad de mandato. 

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