viernes, 30 de diciembre de 2016

Fidel

Hace algo más de un mes murió Fidel. Ya pasó el gran ruido y me apetece, a mi manera, quizás algo deslavazada, expresar algunas ideas sobre quién en el trayecto final de su vida se proclamaba con el título más honorable y entrañable de los que nunca tuvo: soldado de las ideas. Soldado incansable, cada vez más humanista, de esa batalla que una izquierda timorata e ideológicamente raquítica, ante un enemigo económica y mediáticamente poderosísimo, lleva décadas perdiendo.
Creo que es el único dirigente político del planeta al que es innecesario mentar su apellido para que sea reconocido sin ningún género de dudas. Fidel es Fidel. Y punto. Todo el mundo sabe de quién hablamos. Cierto es, también, que es el único líder que, según se use en exclusividad su nombre de pila o su apellido, revela la simpatía o antipatía de quién le cita. Yo, desde que oigo a algún opinador hablar de Castro me pongo en guardia mental, pues sé que el enemigo acecha. Y es que con Fidel mi espíritu crítico se achanta y este callejoncillo desde el que escribo se convierte en el teatro de los panegíricos. Es justo advertirlo por si alguien detesta este tipo de discursos laudatorios y no quiere afentrarse más en el callejón. Para mí, ya son legión los piratas, nunca más apropiado el término, que bailan sobre la caja del muerto.
Sí, Fidel es un gigante que puso, cierto que con la notable contribución del poderoso enemigo estadounidense, en el mapa de la relevancia mundial a un pequeño país caribeño de once millones de habitantes. Pondré dos ejemplos que muestran esta significación.
El primero hace referencia mi labor como docente. Su ámbito es el aula de un Instituto de la localidad de Jinámar, en la isla de Gran Canaria. Algunos días después del deceso de Fidel fui cuestionado acerca de él por una alumna de 4º de la ESO. Este dato es indicativo de la dimensión del personaje. Salvo cuestiones sobre los regidores del Imperio, bien Obama o, ahora Trump, es muy raro que el alumnado pregunte sobre algún político extranjero (tampoco es habitual que lo hagan por los nacionales). Señalé Cuba en el mapamundi, algo más grande que Andalucía, con sus cien mil kilómetros cuadrados, y posteriormente procedí a señalar Francia, Alemania, Brasil, Argentina, Reino Unido o China. Todos, conocedores de Fidel, ignoraban los nombres de los dirigentes de esas potencias mundiales. Pero, no obstante, en casa seguro que alguna vez se ha hablado, aunque sea jauría informativa mediante, de un hombre que no ejercía el poder desde hacía más de diez años en un pequeño país a seis o siete mil kilómetros de distancia de nosotros. Algo parecido sucedió con Chávez, que, por arte y gracia de plantearse un asunto tabú llamado socialismo, situó a Venezuela en el mapa mundial.
El segundo hace referencia al ámbito de la información nacional. Pocas horas después de la muerte de Fidel, un sábado, La Sexta emitió un especial de “Al rojo vivo” dedicado a su figura. Díganme que otro dirigente latinoamericano, en el poder o apartado desde hace diez años de él, habría provocado la emisión de un espacio de esas características un día que no sale a antena: ninguno. Y si ampliamos el espectro al resto del planeta, sobran dedos en una mano para contarlos. Vi, y fue suficiente, los diez minutos finales del programa. Nada nuevo, ni inteligente, bajo el sol. Ferreras repitiendo su mantra: dictador, dictador… y un mendrugo de la contrarrevolución (así no se comen un rosco) diciendo que Cuba estaba peor que Haití. Esto sonó a chiste de mal gusto. Apenas un mes antes un huracán que en Cuba causó grandes destrozos materiales pero no costó ni una vida humana, en Haití provocó más de quinientos muertos. Y además, el indocumentado opositor debe desconocer que quiénes primero asisten a los haitianos, cuando les asola un huracán o un terremoto, son las brigadas médicas cubanas. Esas que son responsables de que en la zona de Cachemira, en Pakistán, devastada por un terremoto que causo 86.000 muertos en 2005, haya niños que se llaman Fidel.
Volviendo al ámbito de mi desempeño académico, cuando arranco las clases de historia de 4º de la ESO, siempre les leo el poema de Bertolt Brecht “Preguntas de un obrero que lee”, pues es la bandera de los seres humanos comunes y anónimos como hacedores indispensables de la historia, más allá de las personas que adquirieron fama y han legado sus nombres a la posteridad. Sin embargo, aún defendiendo esta postura, creo que el triunfo de la Revolución Cubana y su dimensión de gran acontecimiento del siglo XX, es impensable sin el liderazgo carismático de Fidel, donde tengo la impresión de que se mezclaban, no sé en que proporción para dar tan exitosa fórmula, el estudio y una inteligente audacia no sometida a rígidos cánones.
La Asamblea Nacional de Cuba acaba de aprobar, por expreso deseo de Fidel, que no se le erijan monumentos, ni bustos; ni que plazas, calles o edificios públicos lleven su nombre. Y esto me conduce a una imagen y a una frase que alguna vez escuche atribuida a Nadezhda Krupskaia, esposa de Lenin. La imagen es la de un escultor de la época soviética en una gran nave, cual esforzado trabajador estajanovista, rodeado de estatuas y bustos de Lenin. Imagen inquietante que enlazo con la frase atribuida a Krupskaia, que decía, tras la muerte de Lenin, que la mejor manera de honrarlo era construyendo escuelas y hospitales. Al final lo embalsamaron a él, y al poquito tiempo embalsamaron también aquello que en palabras de Luis Eduardo Aute nunca puede tomar asiento y siempre debe estar de paso: el pensamiento. Siempre me ha rondado la idea de que el caudal de representaciones iconográficas de Lenin era inversamente proporcional al caudal de pensamiento revolucionario, no burocratizado. Y esta reflexión es interesante, pues estamos a horas de entrar en el año que conmemora la revolución política más importante de la historia: la soviética. Y aquí creo que es básico traer a colación la definición que en año 2000 dio Fidel del concepto Revolución:
“Revolución es sentido del momento histórico; es cambiar todo lo que debe ser cambiado; es igualdad y libertad plenas; es ser tratado y tratar a los demás como seres humanos; es emanciparnos por nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos; es desafiar poderosas fuerzas dominantes dentro y fuera del ámbito social y nacional; es defender valores en los que se cree al precio de cualquier sacrificio; es modestia, desinterés, altruismo, solidaridad y heroísmo; es luchar con audacia, inteligencia y realismo; es no mentir jamás ni violar principios éticos; es convicción profunda de que no existe fuerza en el mundo capaz de aplastar la fuerza de la verdad y las ideas. Revolución es unidad, es independencia, es luchar por nuestros sueños de justicia para Cuba y para el mundo, que es la base de nuestro patriotismo, nuestro socialismo y nuestro internacionalismo”.
Tan antológica, como ambiciosa y no llevada a la práctica hasta ahora en su totalidad en ningún lugar del planeta. Pero marca un horizonte en el que cualquier persona de izquierdas (o de los de abajo) debe poner su mirada. Me permito resaltar un punto de esta declaración que a mí me parece esencial y que ha sido descuidado en muchas ocasiones: no violar principios éticos. Reconozco que no concibo una sociedad socialista, donde la moral, en el sentido de no conculcar derechos inalienables del ser humano, sobretodo si es un enemigo, no sea una piedra angular de su proyecto. También, para una cierta izquierda despistada, me permito señalar que en la última línea del texto se engarzan los conceptos patriotismo, socialismo e internacionalismo. Circula una expresión que se utiliza como arma contra los movimientos independentistas: el patriotismo (equiparándolo a nacionalismo) es el último refugio de los canallas. Y quién lo dice se queda tan ancho y en un alarde se proclama “internacionalista”. Fidel era un patriota cubano que, amando a su patria, amaba la lucha de los pueblos por su liberación. Así, Cuba ejerció el internacionalismo luchando militarmente en Angola contra los títeres del apartheid y contra el propio ejército sudafricano. O, en otra vertiente mucho mayor y reconocida hasta por la ONU, enviando a muchos lugares del planeta asolados por catástrofes naturales, a  esa Organización SI Gubernamental que son las brigadas médicas cubanas.

Acabo haciendo referencia al poema “Canción para un niño en la calle”, cuya versión de Mercedes Sosa con Calle 13 (que da voz a ese niño de la calle, que tiene muchas nacionalidades, pero no la cubana) añado al final de este texto como exponente de las desigualdades contra las que Fidel siempre luchó. El penúltimo verso dice: “porque nadie protege esa vida que crece”. Creo que ese es el sentido esencial, con claroscuros, que quiso darle Fidel a la Revolución Cubana: contribuir a que, desde niños, la vida florezca en cada ser humano.


1 comentario:

  1. Caramba, don Pepe Juan, todo este tiempo sin baldear el callejón y ahora se nos revela como el hombre en la sombra de los kilométricos discursos de Fidel Castro (nombre+apellido).

    Le honra a usted reconocer su devoción por el personaje (pocos tan seductores física e intelectualmente, me sumo), sólo así puede entenderse esta oda (casi odalisca por su incondicional entrega) dedicada al barbado oliva cuyo deseo póstumo (no respeta usted al “carismático líder”) desdeñando homenajes pétreos se me antoja, más que al humilde ego del del comandante, a su temor de que algún cubanito (no muy formal) pudiese estampar un tomatazo en su escultural barba o echarse una meadita en alguna esquina de la rúe Fidel.

    Lástima que en su revolucionaria definición, al afirmar que se ha de “tratar a los demás como seres humanos” no apostillase, el coloso de Holguín, “incluso a los mariconsones como Reinaldo Arenas”.
    Ay, los claroscuros del “soldado (de) a las ideas” que no era muy partidario del tipo de vida que florecía en el díscolo poeta.

    Pero sabe usted como ganarme, y cita a mi querido Luis Eduardo (nombre).
    Sabrá usted que anda rehabilitándose en la isla caribeña de la mano de Silvio Rodríguez (nombre+apellido).
    Agradecido de antemano con las Brigadas médicas que lo cuidan, sólo les pido que al bueno de Aute (que siempre ha lucido una descuidada elegancia en su vestir) no me lo vistan con un chándal adidas como al “gigante”.

    Reciba usted mi cálido abrazo así como mi alegría por poder volver a pisar el callejón nuevamente.


    PS. La pérfida Albión trastocó nuestro tradicional encuentro navideño, confío un reencuentro en breve.

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