viernes, 8 de diciembre de 2017

El horno, el fascismo y siempre… la dignidad


Del tripartito que aspira a gobernar Cataluña, el PPSOEC,s, nada digno espero. Son derecha pura y dura. El cinturón de hierro del sistema monárquico. Interpretan sus papeles con mejor o peor convicción y logran que dos tercios o más de los votantes introduzcan en la urna la papeleta de alguno de ellos. Después esos electores vuelven a casa y con mansedumbre asisten a la masacre sostenida de sus derechos, al gobierno de un partido corrupto, felices y contentos de vivir en una democracia que les da la opción de elegir quién incumplirá su programa electoral durante los próximos cuatro años. Visto lo ocurrido en Cataluña, es casi lo mejor, pues parece que el cumplimiento de ese programa puede traerte graves consecuencias penales. Extraño estado ese ente antiguo, que solicita cadenas o prisiones, llamado España. Triste destino el de Oriol, con esos ademanes un tanto cardenalicios, apelando siempre a la no violencia, se ve confinado en prisión por ser, según el juez, una bomba andante, el peligro hecho hombre de un estallido violento. El juez se lo insinúa en su auto: desactívese Oriol, abandone su afán de que haya una explosión que llene de república Cataluña y podrá volver a su cómodo hogar y tendrá toda la “libertad de soñar” (que eso, el ensimismamiento soñador, ha estado permitido siempre), en la intimidad de su hogar mientras juega con sus pequeños vástagos, con una Cataluña republicana en la que no exista un tribunal constitucional que tumbe, una tras otra, todas las leyes de carácter social (15) aprobadas por un Parlament que se creyó soberano. Le faltó al juez advertirle, Oriol, del incierto sino de Puigdemont, condenado a la grisura libre de Bruselas o a la grisura soleada de un apart-penal español.
Como casi siempre me pasa, mis textos, tan o más erráticos que yo, se toman grandes libertades. Siempre les advierto: cuidadín que no está el horno para bollos. Ellos son hijos valientes, pero yo soy un padre cobarde. Un ejemplo: el año pasado me trajo mi hijo de carne y hueso, a estas ínsulas africanas, tras un viaje a Barcelona, cumpliendo un encargo mío (él es un muchacho de orden señor juez, aquí, en Canarias, gracias a la constitución y a la sobresaturación de grandes áreas comerciales en las que somos líderes afroeuropeos, la población está libre de todo adoctrinamiento ideológico), una estelada. Como íntima solidaridad con los alzados catalanes la tengo extendida sobre una parte de la librería en el pequeño cuarto de estudio donde ahora tecleo. Mucho he pensado en desplegarla en mi balcón. Incluso lo consulté, delicioso almuerzo mediante, con un querido amigo. Serio, probablemente también acudieron a su mente el horno y los bollos, me dijo: no, Pepe, no lo hagas. Incluso pensé en mostrar la estelada junto con la tricolor republicana (también tengo la de las 7 estrellas verdes que vergonzosamente no es la oficial de mi patria), que adorna otra estancia de la casa y es la bandera legítima de la España digna, aquella que combatió el fascismo. Pero me vino otro refrán a la mente: igual es peor el remedio que la enfermedad. Quizás en vez de adormecer a la bestia transmitiéndole aquello de "tranquilo, mira, hipotético vecino facha, yo también me siento un poquito español", la bestia se enfurece más pues observa que además de simpatizante del separatismo, soy un puto rojo guerracivilista de esos que se asquean de que el PP haya votado en la Asamblea de Madrid contra la posibilidad, planteada por Podemos, de que la justicia  investigue los crímenes de la dictadura fascista que duró 40 años y no ha procesado a ninguno de sus múltiples represores.
Y aquí enlazo, a lomos de la propuesta de Podemos, con la dignidad que no esperaba en la primera línea de este escrito por parte de ese tripartito de facto, pero que sí exijo, al menos en cierta medida, de Pablo Iglesias, aunque sea por la simple circunstancia de ser un hombre educado en las juventudes del PCE, el partido que de manera más pertinaz lucho contra la dictadura fascista de Franco mientras otros, léase el PSOE, resurgieron vía socialdemocracia alemana cuando ya casi teníamos un dictador cadáver y había que “integrarse” en Europa. Desde esa cultura, y con el independentismo catalán acosado por la represión del estado, es inmoral culpar al soberanismo catalán de contribuir a “despertar el fantasma del fascismo”. Si el Frente Popular no se hubiera constituido y vencido en febrero del 36 la bestia fascista de tres cabezas que puso en marcha su sanguinaria máquina en julio del 36 tal vez nunca habría sembrado de cadáveres las cunetas y no habría existido la posterior dictadura. Con este mecanismo tan miserable de razonamiento podríamos cuestionar los innumerables movimientos políticos que a lo largo de la historia han despertado la reacción de los sectores privilegiados de la sociedad que siempre defienden su status quo. Movimientos políticos que, aun siendo derrotados y ferozmente reprimidos en muchos casos, han ido abriendo muchos caminos. Tú sabes, tacticismos y posibilidades, o imposibilidades, electorales al margen, que al fascismo, vista el ropaje que vista, aunque tenga los correajes guardados, aunque el Rivera se haya dejado al Primo por el camino, solo se le frena combatiéndolo sin tregua ideológicamente, lucha que es hoy, ante la brutal manipulación informativa que convierte a nazis en atribulados vecinos, mucho más complicada que ayer.
Acabo haciendo mención al titular antológico de El País que pasará a los anales de la ignominia: "El separatismo pasea su odio a España por las calles de Bruselas". Anabolizante puro para los del "Puigdemont a prisión", para los del "a por ellos", para los que tienen como himno esa cumbre de la creatividad humana que es "la cabra, la cabra, la puta de la cabra...", para que anunciemos de una vez, Pablo, Monedero (también tiene miga lo tuyo colando, subrepticiamente, a ETA, sabiendo que la simple mención del término activa resortes y desactiva razonamientos), que son otros, los de siempre, quienes tocan las cornetas desperezando al fascismo.

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